sábado, 27 de junio de 2009

Suscribo lo dicho

He encontrado éste artículo por casualidad , ya que no leo mucho periodicos regionales, pero me ha encantado.

Lo escribe Emilio Pérez de Rozas, periodista antimadridista, catalán y culé por éste orden, aparte de colaborador en la Cadena Ser, y sin que sirva de precedente, por una vez, estoy de acuerdo al cien por cien en lo que dice.

De Leibovitz a Cotrina

Puede parecer una provocación, pero lo digo muy en serio y lo sostengo delante de quien sea. Rindo honores a Annie Leibovitz, que exhibe estos días sus trabajos en Photoespaña, pero prefiero el ojo fugaz de mi compañero Jordi Cotrina. Antes que con el posado preparado durante meses y con 20 ayudantes, me quedo con el fotoperiodismo que captura la imagen al vuelo.

  1. Las portadas de ‘Vanity Fair’ y el vuelo de Guardiola son dos maneras distintas de paralizar la vida
Brad Pitt en Las Vegas y Guardiola celebrando la Champions(abajo). Foto: ANNIE LEIBOVITZ (CONTACT PRESS IMAGES) COURTESY VANITY FAIR  /  JORDI COTRINA
Brad Pitt en Las Vegas y Guardiola celebrando la Champions(abajo). Foto: ANNIE LEIBOVITZ (CONTACT PRESS IMAGES) COURTESY VANITY FAIR / JORDI COTRINA
EMILIO Pérez de Rozas

Rindo honores a Annie Leibovitz, que está estos días por España, mostrando buena parte de su obra fotográfica. Rindo honores a sus portadas en Rolling Stone, en Vogue y en Vanity Fair. Rindo honores a que alguien que empezó con una Leica M3, forzando la película Tri-x de Kodak para no utilizar el flash, haya acabado convirtiendo una imagen en casi video. Rindo honores a quien ha convertido la fotografia en algo más que una imagen y, por supuesto, en mucho más que mil palabras. Rindo honores a quien ha sabido pelear, contra todo y contra todos, para proteger su vida personal y terminar siendo una de las reinas artísticas del pasado y nuevo siglo.
Rindo honores a Annie Leibovitz porque ha conseguido que aquellos que no aman la fotografia la miren como si mirasen un Miquel Barceló o el gol de Messi. Rindo honores a quien, a base de parar la imagen, ha conseguido que los más importantes, las más ilustres, los más poderosos, hagan cola en su estudio para someterse a una o diez de sus sesiones. Ella ha logrado, como consiguieron otros hombres, que su nombre y apellido vaya asociado a tal explosión de arte, luz y color que necesites de gafas de sol y visera para no deslumbrarte ante semejante obra.
Rindo honores a Annie Leibovitz pero me quedo con Jordi Cotrina. Me quedo con el fotoperiodismo, lo siento. Me quedó con la inmediatez, disculpen. Me quedo con la velocidad de la luz, con esa yema del dedo índice de la mano derecha de Cotrina, que aprieta su Nikon justo en el instante, en la milésima de segundo, en esa fracción mágica, que convierte el vuelo de Pep Guardiola en la foto del año, del tricampeonato, de la gesta, del héroe volador.
Rindo honores a Annie Leibovitz pero prefiero el ojo fugaz, veloz, de rayo, de relámpago de Cotrina. Leibovitz se pasa días, semanas, meses preparando su fotografía. Cotrina la caza al vuelo. Y, si se le escapa, busca otra. Cotrina no tiene ayudantes. Cotrina la captura al aire, se va a un rincón del césped, enciende su ordenador, conecta su móvil y nos pasa la foto del año, del siglo, del Centenario del Barça como el que pasa la foto de su perra. Sin darle importancia. Es más, creyendo que es una mierda.
Rindo honores a Annie Leibovitz pero prefiero el carrito de aluminio que Cotrina arrastra por los aeropuertos, por los aviones, por los pasillos de los hoteles, de las fondas, por los vomitorios de los estadios, por su césped, con su pesado 400 mm, con su ordenador personal, con su sumicrom, con su zoom 50-200, con su dos cajas, con las baterias, con su móvil, que todos esos ayudantes (dicen que hasta 20), la troupe que arrastra consigo la norteamericana: peluqueros, maquilladores, estilistas, iluminadores, carpinteros, pintores, etc, etc.
Cotrina no puede ni pedir permiso para hacer su foto, imposible sugerir a los futbolistas que manteen a Guardiola ante su objetivo y que lo manteen hasta que a él le guste su vuelo, su sonrisa, su carita de tricampeón, su imagen. Admiro a Leibovitz, venero a Cotrina.
Rindo honores a Leibovitz porque conserva su Leica, porque aún no se han amarilleado sus fotos en blanco y negro, las que más me gustan, aquellas que empezó a hacer cuando, en aquel cuarto oscuro de la base aérea de Filipinas donde su padre fue asignado durante la guerra del Vietnam descubrió su amor por la fotografía. Es esa Leibovitz la que me tiene robado el corazón. Como me lo tiene Cotrina, el tipo que debería de conocer Leibovitz en su próxima visita a España.

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